Jaime Bayly Presidente: La dedicatoria

sábado, 18 de octubre de 2008

La dedicatoria

Yo quería dedicarle mi nuevo libro, El canalla sentimental, a Martín. No lo dudaba. Se lo merecía.

Martín es mi amante argentino, el hombre que más he querido. En realidad se llama Luis Martín. Pero en la novela lo llamo Martín como a Sandra, la mujer que más he amado, la llamo Sofía.

Le dije a Luis que quería dedicarle el libro pero no sabía qué escribir porque mis dedicatorias rozaban siempre la cursilería. Le dije que había pensado escribir: a Luis, a Luisito, a Lulito, a Pipito, a Popito, a Popi, a Lulini, a Luli, a vos, a mi chico, a L. Porque generalmente en la intimidad le digo Pipito, Popi o Lulito. Casi nunca le digo Luis, sólo se lo digo cuando estoy molesto, del mismo modo que él sólo me dice Jaime si está furioso, porque lo usual es que me diga Jaimín.

La opción que descartamos fue a L. Parecía cobarde, una manera de encubrir su identidad masculina y sugerir que podía ser mujer.

Decidimos que lo apropiado era simplemente a Luis. Nada más. Ningún añadido de esos que me salen tan cursis: que me enseñó el amor, que me hizo hombre, que me hizo su aparato (porque Luis suele decir que soy un aparato, es decir, alguien bochornoso, impresentable). Así quedó escrito en la primera versión que le mandé a Ana a Barcelona: a Luis.

No había duda de que el libro era en gran parte suyo porque cuenta la tensa intimidad, los malentendidos cómicos y los enredos sentimentales entre Martín (o sea Luis), Sandra (o sea Sofía, mi ex esposa y la madre de mis hijas), Jaime Baylys (escritor mediocre, perezoso e itinerante, o sea yo) y nuestras hijas Camila y Paola.

Les pregunté a Cami y Paoli si preferían cambiar sus nombres o si podía dejarlos en la novela. Camila me dijo que prefería llamarse Camila y que si le cambiaba de nombre sería una estupidez porque todo el mundo sabría que era ella igual. Paola me dijo que le gustaba Isabela pero que también le gustaba Lola y como yo nunca le digo Paola sino Lola o Lolita, me pareció mejor llamarla Lola porque así la reconozco más.

Luego todo se jodió porque al final todo se jode siempre, es la vida.

Luis había venido a Miami con la promesa de quedarse tres meses, todo el verano, harto de su madre, su familia y el frío de Buenos Aires. Lo traje en primera clase, como merecía. Acomodé la casa para él. Tenía la ilusión de que pudiésemos pasar el verano juntos. Pero a las tres semanas decidió que quería irse un mes a Europa con su madre (de quien solía quejarse cuando estaba en Buenos Aires). No me opuse. Organicé y financié parte del viaje. Pero me dolió. Sentí que Luis era demasiado frívolo, inestable y caprichoso y que no le interesaba tanto estar conmigo sino viajar por el mundo. No entendía cómo podía dejarme a poco de haber llegado e irse con su madre a Europa. Lo dejé ir, disimulando mi fastidio, pero cuando se fue, sentí que algo se había roto.

Me quedé triste, pero también aliviado, porque me gusta estar solo y Luis estaba todo el día limpiando obsesivamente la casa, ordenando la ropa, comprando ropa, viendo programas de concursos de diseñadores de ropa, reprochándome mi desinterés en el sexo. Sentí que había recuperado mi libertad, el silencio, las ganas de hacer lo que quisiera sin negociar con él ni darle explicaciones a nadie. Me sentí libre y raramente feliz. Y tal vez por eso empecé a tomar pastillas para dormir y antidepresivos. Y fueron un mes o dos de inmensa felicidad porque dormía muchísimo, diez o doce horas diarias, cada vez con más pastillas, y no extrañaba nada a Luis. Entonces llegué a una conclusión egoísta y definitiva: así es como quiero vivir mi vida, a solas y en silencio y sin justificarme ante nadie.

Entonces, ya Luis de vuelta en Buenos Aires y con ganas de volver pronto a Miami, le escribí diciéndole que quería vivir solo y que fuésemos amigos, de vernos a menudo y tocarnos si nos apetecía, pero nada de novios, pareja convencional o maridos. Porque él a veces hablaba de mí como mi marido y eso me aterraba. Y porque solía contar los días que pasábamos alejados como si fuesen un crimen: ¡hace dos meses que no nos vemos!

Luis lo tomó mal, como era previsible, y me dijo que si no quería ser su novio ni vivir con él, no quería ser mi amigo ni verme nunca más.

La noche que me escribió eso, que no le interesaba ser mi amigo ni verme nunca más, era la última para mandar la versión final con las correcciones definitivas a Barcelona para El canalla sentimental. Pensé: si Luis no quiere ser mi amigo, no merece la dedicatoria. Porque una dedicatoria es para toda la vida y él decía que no quería verme más. Lo dudé mucho, porque sentí que estaba ofuscado y me iba a arrepentir si le quitaba la dedicatoria prometida, pero a última hora, seis de la mañana en Miami, mediodía en Barcelona, mandé las correcciones con una nueva dedicatoria: a Lola.

Elegí a mi hija menor por varias razones, aunque no tendría que enumerarlas, bastaría con decir que es mi hija y la amo. Pero mi último libro se lo había dedicado a Mercedes, la empleada doméstica de mis hijas, y el anterior a Camila (que me enseñó a amar), y nunca le había dedicado uno a Lola, que es tan seca y comedida para demostrarme su amor, pero que siempre que le pregunto si preferiría tener un papá más normal que yo, me dice: No, estás loco.

Y sentí algo tan simple como esto: que mi amor por Lola era para toda la vida y mi amor por Luis estaba en duda porque no le interesaba ser mi amigo. Digamos que ese correo suyo (y el viaje caprichoso con su madre) cambiaron la dedicatoria.

Después se lo dije a Luis y me dijo que era una traición, que le había clavado un puñal, que era algo muy feo prometerle una dedicatoria y luego quitársela. Y dijo que él se merecía el libro mucho más que Lola (lo que me pareció discutible) y que nunca olvidaría esa mezquindad, esa humillación.

El otro día llegó el libro a la casa. No me gustó la portada: un cocodrilo llorando. Pero el título me gusta, El canalla sentimental, una frase que le robé a Borges, que en alguna entrevista decía admirar al canalla sentimental, aquel rufián desalmado que mataba sin compasión a sus enemigos y luego llegaba a su casa y daba de comer alpiste amorosamente al canario.

No quise leer el libro. Nunca leo mis libros. Me aburren, me parecen malos, infinitamente malos comparados con una novela de Cercas (sobre todo La velocidad de la luz), o de Coetzee (sobre todo Desgracia) o de Gina Montaner, que pronto publicará La mala fama, una novela admirable y conmovedora que deben leer.

A minutos de recibir el libro del mensajero y mirar con cierta reticencia la portada (demasiado juguetona para mi gusto), leí un mail de Luis lleno de amargura, reprochándome pequeñas cosas, peleando de nuevo por nimiedades. Y entonces sentí que había acertado, que la novela le correspondía a Lola y no a él, porque Luis seguía furioso debido a que yo no quería ser su novio sino verlo de vez en cuando, sin renunciar a mi libertad.

Entonces, cruelmente y con toda mala intención, le escribí: Acabo de leer tu mail y enseguida llegó el libro de España y sentí que la dedicatoria quedó perfecta a Lola. Besos, besos.

Cuando estaba editando en la tele de Miami, sonó el celular. Era Luis. Como siempre, puse altavoz para evitar el cáncer. Me dijo: Me has destruido el corazón y cortó. César y Eleazar, mis editores, me miraron y se quedaron callados. No dije nada. Seguimos editando.

Jaime Bayly
8 de Setiembre de 2008

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